"Aquí, todos nos engañamos. Unos, tratan de convencerse de
que están trabajando; otros, de que están realizando reformas, y otros
de que aplican leyes. Vivimos en el país de las mentiras". El ataque de
lucidez no tiene como protagonista a un gran analista o a un ministro
arrepentido, tampoco lo dice nadie en España, aunque lo parezca. Se
trata de una diatriba más de Adriani, la esposa del comisario griego
Kostas Jaritos en la última novela de Petros Markaris (Estambul, 1937), Liquidación final, de la que EL PAÍS avanza el primer capítulo.
Radical, osado, sincero e implacable, el autor griego disecciona en esta novela, la séptima de su comisario publicada en España por la editorial Tusquets, la segunda de la llamada trilogía de la crisis inaugurada por Con el agua al cuello, el drama de una Grecia arruinada y acosada desde dentro y desde fuera.
Con ese estilo pausado pero imparable, alejado del thriller más anglosajón pero adictivo hasta el final, el ganador del Premio Carvalho en 2011
plantea un dilema tentador: qué ocurre si el criminal que persigue el
protagonista goza del beneplácito cuando no la admiración directa de sus
conciudadanos, ahogados por la crisis y hartos de sus políticos.
El planteamiento es sencillo: un tipo que se hace llamar el Recaudador
Nacional envía ultimatums a evasores de impuestos para que arreglen sus
cuentas con la maltrecha Hacienda griega. De lo contrario, como empieza a
ocurrir, morirán.
Agobiado por los recortes que afectan a todos los funcionarios,
intentando salvar la papeleta para conseguir un ascenso prometido por su
jefe, Jaritos pasa noches en vela tratando de resolver el crimen,
pensando en su hija, excelente abogada que trabaja con inmigrantes y
tentada por el exilio como único remedio de supervivencia, y buscando en
el famoso diccionario Dimitrakos, su pasión, las claves de una realidad
que se le escapa.
Más allá del Seat que conduce el comisario, los paralelismos con España,
un país que generaliza el perdón a los evasores con una penosa amnistía
fiscal y sube los impuestos a la inmensa mayoría de la población, son
aterradores. Lástima que en España no haya salido todavía ningún gran
cronista de la realidad negra y criminal.
"Grecia es un
enorme manicomio", aseguraba Konstantinos Karamanlís, ex primer
ministro griego en la década de los 50 y tras la dictadura de los
generales, a finales de los años 70. La cita, que aparece al principio
del libro y que luego repite la esposa de Jaritos, es el mejor resumen
de una situación de Grecia. Un país en el que los jóvenes emigran o se
pudren y donde jubilados y parados desesperados se suicidan, dejando
sobrecogedoras cartas llenas de realidad y reproches (véase el capítulo que adelantamos);
un país donde grandes fortunas y personal de a pie trata de evitar sus
obligaciones; un país salvado por la honradez de unos pocos, ejemplar,
en este sentido, el señor Jaritos; un país masacrado por las exigencias
de fuera y los derroches de dentro; un país atrapado por la corrupción y
la ineficacia de su clase política; un país, descrito por el propio
Markaris, antes siempre optimista, como un lugar sin futuro; un país, en
definitiva, muy parecido a un manicomio en el que nada es lo que
parece. ¿Les suena?
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