Hay vida después de los clásicos
A diferencia de Portugal e Irlanda, otros dos pequeños países
rescatados —y ambos, auténticas potencias literarias—, la gloria de
Grecia ha quedado confinada a la época clásica, con su pléyade de
épicos, líricos y dramaturgos. Por eso parece como si, desde Homero o
Eurípides hasta la saga costumbrista del comisario Jaritos, un agujero
negro se hubiese tragado toda obra digna de mención. Pero la presunta
inexistencia de títulos y autores modernos reseñables es solo fruto del
desconocimiento, cuando no del desdén: en esa absurda dicotomía
pasado-presente en la que, en casi todas las culturas clásicas, el
primero arrumba por completo al segundo, lo contemporáneo huelga
(Grecia, por cierto, es el único país del entorno europeo que ha pasado
de lo antiguo a lo contemporáneo sin hacer escala en lo moderno, lo cual
explica muchas cosas, y no solo en literatura).
La inopia, sin embargo, no es de ahora, cuando el país se halla a su
pesar más de actualidad que nunca. Sobran dedos de una mano para contar
los pocos escritores griegos del siglo XX que han traspasado nuestras
fronteras: el trasterrado Kavafis, el gran Nikos Kazantzakis —cuya Carta
al Greco, monumento intelectual sin parangón, sigue sin circular
regularmente en castellano—, conocido sobre todo por el reclamo de las
películas Zorba el griego o La última tentación de Cristo;
o la triada de soberbios poetas que sembró un siglo cruel de furor y
aliento: el rojo Yanis Ritsos y los premios Nobel de Literatura Yorgos
Seferis (1963) y Odiseas Elitis (1979), cuyas voces siguen vivas gracias
a la ósmosis musical de Mikis Theodorakis sobre muchas de sus letras.
Hablando de Ritsos, la primorosa editorial sevillana Point de Lunettes
prepara la publicación de Epitafio / Dieciocho cantares de la patria amarga
en su Colección Romiosyne, la primera en nuestro país de literatura
contemporánea griega en versión bilingüe. Kostas Taktsís, del que
Alfaguara publicó hace casi treinta años La tercera boda (escrita en
1963) en impagable traducción de Natividad Gálvez, es otro de los
escasos autores griegos recientes que se han podido leer en castellano.
La misma traductora firmó la versión de Las vueltas (Ediciones del
Oriente y el Mediterráneo) una década más tarde. Ambos títulos resultan
más que recomendables, pero ni su valor intrínseco ni factores
metaliterarios —la condición de símbolo gay de Taktsís en un país tan
conservador como Grecia, o su inquietante y violenta muerte, tan
parecida a la de Pier Paolo Pasolini— han suscitado el interés necesario
para alentar nuevas traducciones o reediciones.
Pocos nombres más se conocen de la literatura griega contemporánea, de ahí que la reciente traducción de la trilogía Ciudades a la deriva,
de Stratís Tsircas, piedra angular de las letras helénicas del siglo
XX, sea una agradable sorpresa. Tsircas (1911-1980), un griego de la
diáspora como Kavafis, conjugó la perspectiva histórica con el
compromiso político y dejó una obra moderna, experimental incluso, con
claros ecos del Cuarteto durrelliano. Los escenarios de la
trilogía, Jerusalén, El Cairo y Alejandría, y la época en que se
desarrollan las tramas (II Guerra Mundial, la ocupación nazi de Grecia),
reviven episodios poco conocidos como la contribución de las brigadas
griegas en el exilio al esfuerzo bélico aliado en Oriente Próximo. Pero
Tsircas, por muy recomendable que resulte, es también prehistoria para
una industria tan vertiginosa como la editorial. En las últimas semanas,
coincidiendo con los titulares más apocalípticos acerca del dudoso
porvenir de Grecia, han llegado a las librerías unos cuantos títulos. Me gustaría
de Amanda Mijalopulu, es un volumen de 13 relatos más cercano a la
literatura de escenas que a la narrativa convencional, con evidentes
influencias de Borges y Calvino.
Con claros ecos de Mediterráneo, la película de Gabriele
Salvatores rodada en la isla griega de Kastelórizo que logró el Oscar a
la mejor película extranjera en 1992, aparece la novela Sagapò (Te quiero),
del italiano Renzo Biasion (1914-1996), cuyo periplo vital casi lo
asimila a un autor local: combatió en Grecia durante la ocupación nazi
del país y fue deportado a Alemania en 1943. Sagapò recrea un
episodio parecido al que se narra en la película de Salvatores: el
dictador Mussolini envía destacamentos del Ejército italiano a Grecia
con la intención de reconstruir el Imperio Romano en el Mediterráneo —la
isla de Rodas es un buen ejemplo de ello, como bien cuenta Lawrence
Durrell en sus memorias—, pero los soldaditos descubren que el
salvoconducto del s’agapó abre muchas más puertas, e incluso
entorna alguna a la hora de la siesta. Obra pintiparada para leer en
vacaciones —preferiblemente en una isla azul y blanca, a la sombra de
una parra y el arrullo de las cigarras—, es una historia luminosa y
armónica. Junto a la obligatoria mención de dos joyas contemporáneas —el
volumen de poemas Símbolos solubles, de Kikí Dimulá (Linteo, 2010), y la excelente novela La señora Kula,
de Menis Kumandareas (451 Editores, 2007)—, queda para el final una
obra inclasificable, escrita por el helenista español Pedro Olalla, que
reside en Atenas desde hace años: Historia menor de Grecia. El subtítulo añade: Una mirada humanista sobre la agitada historia de los griegos.
Revisión de fuentes de la segunda fila de la historia —o breviario de
intrahistorias, si se quiere—, cada episodio reivindica lo que de humano
hay en gestas y en derrotas, desde la antigüedad hasta nuestros días.
Una reivindicación apasionada de ese humanismo cada vez más preterido
por el ruido urgente de lo útil.
Ciudades a la deriva. Stratís Tsircas. Edición de Ioanna Nicolaidou. Cátedra. 1.008 páginas. 30 euros. Me gustaría. Amanda Mijalopulu. Traducción de Mercè Guitart. Rayo Verde. 160 páginas. 18 euros. Sagapò (Te quiero). Renzo Biasion. Traducción de Juan Díaz de Atauri. Acantilado. 256 páginas. 22 euros. Historia menor de Grecia. Una mirada humanista sobre la agitada historia de los griegos. Pedro Olalla. Prólogo de Nikos Moschonas. Acantilado. 384 páginas. 24 euros.
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