Las deudas de
Alemania
Pedro Olalla, Atenas. 23/6/2012
Cansados ya de hablar de la
deuda de Grecia, hablemos, por ejemplo de la de Alemania, su “gran rescatadora”
para beneficio de la ingeniería financiera y para tranquilidad de los mercados.
Para hablar de esta deuda, no
hace falta recurrir a argumentos de carácter moral o cultural, que, pese a su
solidez y su certeza, podrían ser tildados de retóricos por algunos cretinos;
bastará con hablar de dinero; nada de sentimentalismos: real money.
¿Saben Uds. cuál es el país
europeo que más rotundamente y con más éxito se ha negado de forma reiterada al
pago de sus deudas? No es otro que Alemania. Y no se trata de deudas derivadas
de la mera especulación financiera, sino de deudas derivadas de indemnizaciones
de guerra: es decir, de deudas contraídas por haber invadido, destruido,
saqueado y matado.
Tras el Tratado de Versalles (1919),
la Alemania perdedora de la I Guerra Mundial fue condenada a pagar reparaciones
de guerra a los aliados por valor de 226.000 millones de marcos de oro, una
cifra imposible, fijada con el fin de castigar a la belicosa nación y de poner
freno a una rápida recuperación que pudiera verse seguida de nuevas
hostilidades. Entre 1924 y 1929, la república de Weimar se mantuvo casi
exclusivamente de los préstamos recibidos de EE.UU. (más de un billón de
dólares), destinados en parte a sufragar las indemnizaciones señaladas. Pero la
situación para Alemania se hacía insostenible, y el crack del 29, además de
enormes pérdidas para los prestamistas, abrió la posibilidad a la renegociación
de la deuda: así pues, en 1930 (Plan Young), esa ingente obligación de pago quedó
formalmente reducida... a la mitad (112.000 millones). Entre 1931 y 1932, y
dada la situación de la economía mundial, EE.UU. decide condonar las deudas de
guerra a Francia y Reino Unido, quienes, a su vez, renuncian como acreedores a
buena parte de la deuda alemana (Moratoria Hoover y Negociaciones de Lausanne).
Resumiendo, en 1932, Alemania consiguió una reducción neta de más del 98% de
las deudas a las que le obligaba haber puesto en marcha la I Guerra Mundial, y
en 1939, cuando pone en marcha la segunda, la Alemania de Hitler suspende
unilateralmente todos los pagos, incluido el de este 2%.
Acabada la II Guerra Mundial,
la historia se repite: Alemania es condenada a pagar cuantiosísimas
indemnizaciones de guerra, pero, en el célebre Tratado de Londres (1953), los
EE.UU., deseosos de convertir a la nueva Alemania federal en un pilar de la
OTAN frente al bloque soviético, consiguen “convencer” a veinte países –entre
ellos Grecia– para que accedan a una condonación “de facto” de todas las deudas
alemanas derivadas de la Gran Guerra. Sin embargo, este extraordinario
tratamiento de favor –y las favorables politicas extranjeras para que el país
“perdedor” recuperase pronto el superávit comercial– no fueron obstáculo para
que Alemania siguiera reclamándole a una Grecia invadida, expoliada por sus
tropas y con un millón de muertos... todas las deudas anteriores a la guerra
desde 1881. No fue obstáculo para que, en 1964 -y con la ayuda de Georgios
Papandreou (abuelo) y Kostas Mitsotakis–, Alemania consiguiera el
reconocimiento de esas deudas por parte del gobierno griego, engrosadas además
con una altísima prima de riesgo que hace que aún las estemos pagando. Y
tampoco fue obstáculo para que, en 1990 –cuando la unificación de Alemania
obligaba a revisar los términos del Tratado de Londres y a retomar el pago de
las indemnizaciones congeladas en virtud del mismo–, la Alemania de Kohl se
negase nuevamente a pagar la mayor parte de esa “vieja deuda” y países como
Grecia siguieran sin encontrar justicia.
No nos engañemos con falsas
lecciones de moral: el llamado “milagro” de la economía alemana se basa
primordialmente en el impago reiterado de sus deudas por indemnizaciones de
guerra. Y digo, primordialmente, porque deberíamos referir también, como
cimientos del “milagro”, la prosperidad adquirida por la explotación del
trabajo forzado en 78 campos de concentración por colosos económicos como
Krupp, Thyssen, Volkswagen o I.G. Farben, padre este último de gigantescas
multinacionales como Bayer, Agfa o Aventis, que siguen dando muestras de buenas
prácticas en el mundo globalizado de hoy (como también Neuman, Siemens,
SLC Germany GmbH, etc., por no hablar de la industria armamentística
alemana, tan boyante entonces como ahora).
Más allá de las hipocresías, la
pregunta es la misma de siempre: ¿quién debe a quién?
No hay comentarios:
Publicar un comentario