Artículo de Pedro Olalla. Atenas. 18 de junio de 2012
Ayer, domingo, tuvieron lugar las esperadas elecciones en Grecia. Para el establishment
griego y europeo, el objetivo de los anteriores comicios de mayo no fue
otro que el de legitimar a través de las urnas la política impuesta
hasta el momento de forma coercitiva y antidemocrática desde el nucleo
neoliberal europeo. Ese objetivo, sin embargo, no se alcanzó entonces,
pues la disidencia frente a la actual política de austeridad y rescates
logró agruparse parcialmente bajo el voto de Syriza y transformar su
descontento en una opción electoral capaz de poner en peligro el status quo del bipartidismo colaboracionista. Como no hubo consenso para formar gobierno, fue necesario repetir los comicios.
Desde
entonces hasta ayer mismo, fecha de la segunda votación, el
protagonista absoluto de todo este proceso ha sido el miedo. El miedo
del bipartidismo secular a ser apartado del poder político, el miedo de
las élites beneficiarias a que se acabe el juego, el miedo de unos y
otros a que se abran procesos y se depuren responsabilidades con
nombres y apellidos, y el miedo de Bruselas y Berlín a perder sus
lacayos en Grecia y a que un peligroso precedente se interponga en el
camino de su, hasta ahora, implacable plan de conquistas a través de la
deuda. Todo ese miedo se vio canalizado hacia el electorado en una
operación de guerra psicológica de proporciones orwellianas: la amenaza
de abandonar el euro, de ser expulsados del espacio Schengen, de ser
apartados de Europa, de caer en la bancarrota absoluta, de ser atacados
por Turquía, de quedarse sin alimentos ni medicinas, de volver
irremediablemente a las cavernas. Mientras la mayoría de los medios
griegos y europeos propalaban estos tendenciosos vaticinios de muy
discutible base, Nueva Democracia recorría el país buscando puerta a
puerta a sus votantes y recordándoles a muchos los favores recibidos.
Por todo esto, estas elecciones pasarán a la historia como las más
contaminadas y las de mayor injerencia externa desde la creación de la
Unión Europea.
¿Y
cuál ha sido el resultado? La opción mayoritaria: la abstención, fruto
del desencanto, del agotamiento, y, en muchos casos, de la
irresponsabilidad ante una coyuntura tan crucial. Después, un nuevo
gran ascenso de Syriza, que bien podía haber ganado con un poco más de
apoyo de quienes se oponen a la política de rescates. Y, por último, un
triunfo de Nueva Democracia, con el 30% de los votos, que abre el
camino al continuismo y tranquiliza a los acreedores y mercados. Si,
pactando con el PASOK, Nueva Democracia llega a formar gobierno, Grecia
estará regida nuevamente por quienes la han llevado al caos en el que
está, por quienes en los dos últimos años no se han atrevido a aparecer
en público, por quienes han mostrado reiteradamente su incapacidad y
han dejado bien claro los intereses a los que sirven.
Es
el triunfo del miedo, y ahora, para poder gobernar sobre una población
que en su gran mayoría no se verá benefeciada en absoluto de las
políticas que piensan aplicarse, será necesaria también la represión.
Mucha represión. Es lo que viene hasta que la ciudadanía de Europa –de
esa Europa que “respira aliviada” en las portadas de la prensa de hoy-
despierte de una vez y se ponga a pensar en lo que se ha quedado su
sueño.
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